Desde nuestra infancia tenemos un asombro latente con aquello que no nos es permitido. En nuestro caso específico, se trataba de “ESE” bar, que se repetía una y otra vez en las casas de los amigos de nuestros padres. “ESE” bar al que antes de poder investigar y sorprenderte con sus tantas misceláneas, tus tatas te decían: “Váyase a jugar con fulanito aquí solo adultos!” -pero antes de escabullirte- rezongando que “Ya estabas grande,” lograbas ver y olfatear cosas que hacían a tu cerebro pensar en la magia, la alquimia, en pócimas “shaken not stirred” con “amargos de angostura”… (¡que eventualmente lograste probar y tu lengua te dijo PUAJ!)
Luego algún adulto te decía ya algo sonado que tu paladar iba a madurar con el tiempo y que algún día conocerías de esas delicias… Pero TODO comenzaba con “ESE” lugar y sus sensaciones dominantes… Siempre vivían allí el cuero y la madera, los olores que hoy conocemos como cerveza, como humo de habano, como bohemia…
Vasos raros en los que no se sirve fresco de chan, pero si martinis, daiquiris y cognacs… los decanters de cristal con su liquido ámbar, sin marca, elegantísimos… Todas estas percepciones robadas antes de irse a ver la TV con tu amigo o primito mientras sueñas con ser grande…